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Verónica Schild: “Seguimos atrapados en una cultura legalista y eso, para avanzar en los cambios que nos interesan a las feministas, es bien pobre”

Aunque tiene formación en filosofía, literatura y economía política, la cientista política Verónica Schild no se define por una disciplina. Es chilena, pero desde los 16 años ha vivido en Norteamerica, primero en Estados Unidos y por los últimos 40 años en Canadá y, a pesar de residir tan lejos, gran parte de su trabajo ha estado vinculado a Chile y Latinoamérica.

Este 2019, como profesora emérita de Ciencias Políticas en la Universidad de Western Ontario, Canadá, realizó una estadía de tres meses en la Escuela de Psicología PUCV, en el marco de un proyecto MEC CONICYT, y en septiembre del próximo año regresa. Hoy su interés está en conversar con mujeres activistas medioambientales que, en sus palabras, “son fundamentales dentro de una praxis feminista, es decir, un feminismo que esté instalado como relevante en la calle”.

Unos días antes de partir a Canadá, hablamos con ella sobre la crisis social en Chile, la violencia machista, Las Tesis y la maternidad. Te invitamos a leer su entrevista.

Considerando la trayectoria que tienes como académica y feminista ¿cómo lees el impacto de la intervención de Las Tesis?

Yo soy de la generación que ha vivido con bastante preocupación académica la transformación del feminismo. A inicios de los 80 nosotras éramos el contingente más joven de una praxis feminista que aún no tenía reconocimiento en las universidades y luchaba por él.  Hoy día los estudios de género se validan, pero hasta cierto punto ya que la lucha por el reconocimiento de una mirada feminista como compromiso transversal de las disciplinas académicas sigue siendo un desafío permanente.

Por otro lado, es innegable que la creación de centros de estudios de género con su propio currículum, metodologías, áreas de estudio y carreras, un proyecto de institucionalización que en norte américa se inicia en los años setenta y en nuestra región más recientemente, marca un hito importante de reconocimiento y una victoria política en el ámbito académico. Al mismo tiempo estoy en total acuerdo con Wendy Brown cuando sugiere de modo provocador, que la institucionalización en programas de estudios de la mujer, o de género más recientemente, ha resultado en una ghettoización del feminismo en la academia, también de las propias feministas y sus debates internos.

En su afán de crear un área de experticia académica, con curriculum y contenidos específicos, estos esfuerzos fueron transformando el feminismo en una iniciativa intelectual delimitada.  Aún más, diría que el impulso crítico feminista fue permutándose en una resignación al reformismo liberal, a lo incremental.  Pareciera que mientras más iba instalándose el feminismo en la academia más fue perdiendo la conexión con la calle.  En este sentido, para mí la intervención de Las Tesis es parte de un proceso más amplio de irrupción masiva de nuevas generaciones feministas en las calles.  Ahora, la pregunta es porque sucede esto, y porque sucede con tanta potencia.

Lo que viene pasando en este país y en la región, y que me parece sumamente interesante, es que hay una nueva generación de mujeres que acceden a la educación superior, que no vienen de los típicos estratos anteriores que lograban llegar a la universidad.  Son ellas las que han liderado las nuevas movilizaciones masivas feministas y las que pasan la cuenta por promesas hechas a partir de compromisos internacionales adquiridos por los gobiernos sobre el tema de los derechos de las mujeres y la igualdad de género a partir del 1979, ósea por los últimos 40 años, y publicitados con bombo y platillo como indicación indiscutible de nuestra llegada a la “modernidad.”

Que Las Tesis saquen el análisis feminista de la violencia a la calle como un sencillo y poderoso performance me dice dos cosas: una es que me parece un ejemplo fantástico de un feminismo que vuelve a la calle y la otra es que nos recuerda – dada su multitudinaria replica no sólo en Chile y América Latina, sino que en el mundo entero- que el tema de la violencia contra las mujeres sigue sin respuesta adecuada.

En muchas de tus intervenciones haces el cruce entre neoliberalismo y feminismo ¿cómo ves las principales demandas que hoy levanta el movimiento?

Una de mis críticas a un feminismo que logra institucionalizarse en nuestro país, proceso que coincide con el “retorno a la democracia”, es que pierde de vista la dimensión estructural de la violencia que afecta a las mujeres, es decir, las condiciones que permiten generar situaciones de precariedad y vulneración a los derechos de la mayoría de las mujeres. Es un tema que he trabajado por los últimos 30 años, en gran parte porque viví el proceso por un lado de desmovilización del movimiento de mujeres a partir de los 90, y esa invitación que se hizo de volverse a la casa y dejar que las feministas en instituciones se hagan cargo de avanzar en la lucha por la igualdad de las mujeres.  Y lo que viví con fuertes lazos solidarios y de afecto con mujeres organizadas de sectores populares, fue como esto logro institucional se tradujo más bien en un silenciamiento e invisibilización de aquellas feministas de sectores populares y sus propias agendas.  Pero esas agendas están ahí, marcadas por la memoria histórica y la realidad propia de las cuales, como feministas, ellas se hacen cargo.  Eso hace que las feministas populares le den énfasis a otro tipo de cosas, sin perder de vista estos temas que están tan visibles hoy día.

Hay temas como el hacinamiento, que era y sigue siendo un problema, vivir allegado, no tener respuesta habitacional. Tener que viajar muchas horas a diario para hacer un suelducho que no alcanza, tener que manejar el cuidado de tus hijos y cada vez más el de los mayores cuyas pensiones de hambre tampoco alcanzan, y hacer todo esto sin los recursos necesarios pero invitadas a salir adelante como mujeres “empoderadas.” Vivir en contextos donde no se invierte plata – porque a nivel municipal no hay recursos- en programas para contener y apoyar a los niños y jóvenes en las horas después de la escuela. En fin, está comprobado que son muchas las cosas que se pueden hacer y se deberían hacer en el entorno urbano para mejorar las condiciones de las mujeres, sobre todo de aquella mayoría de mujeres chilenas que no tienen los recursos para buscar soluciones de mercado.

A esto quisiera agregar algo que se pierde un poco de vista en estas demandas únicas que levanta hoy una parte muy visible del movimiento, pero que está cada vez más presente en las demandas de feministas populares a lo largo de Chile y América Latina en su conjunto, y es el tema de la justicia socio-ambiental. Si vas a Quintero- Puchuncaví, el tema de la contaminación es fundamental como parte de un proyecto feminista. Algo parecido pasa con la demanda por el agua como derecho humano fundamental, que mirado desde fuera sorprende y ofende moralmente cabe decir.  Esta es una demanda feminista como puede verse en las movilizaciones en la región, empezando por Petorca, y cada vez más en distintas zonas del país afectadas por la escasez hídrica.   Me parece que esta dimensión socio-ambiental muy instalada como demanda feminista popular, debe ser incorporada con urgencia como demanda feminista transversal.

A propósito del polémico libro “Contra los hijos” (2018) de la escritora chilena Lina Meruane, en muchos espacios se ha cuestionado el lugar que tiene la maternidad en la vida de las mujeres, sus nuevas exigencias ¿cómo lo interpretas?

No me sorprende que el tema de la maternidad este también en la mira de nuevas generaciones feministas.  Habría que recordar que hubo un cuestionamiento muy fuerte en los sesenta, más que nada en Estados Unidos dada su tradición individualista extrema, del mito de la maternidad como destino y fuente de felicidad única para las mujeres.  Pienso en dos clásicos, Betty Friedan y Adrienne Rich, por ejemplo. Para Friedan la supuesta domesticidad idílica de la posguerra, vivida en modernos suburbios y con hijos como la única misión femenina, fue una trampa que explica el por qué las mujeres en su país pasaron a ser el mayor mercado de consumo de antidepresivos, el Valium.  La poeta estadounidense Adrienne Rich también contribuyo a esa crítica muy polémica en su momento, y ambas fueron un referente importantísimo para el movimiento feminista que surgió en Norteamérica en los 60.  Que vuelva a cuestionarse la maternidad con la fuerza que lo hace Lina Meruane me parece muy interesante.

Primero que nada, en el caso de Estados Unidos, pero no de países en Europa, y hasta cierto punto en Canadá, el ideal de la mujer sujeto de derechos, para quien la maternidad es una opción, no una obligación, y su salida al espacio público exigiendo igualdad en el campo laboral, en la educación superior, en las profesiones, y en los espacios de gestión en la empresa privada, no estuvieron acompañados de una respuesta estatal para aquellas que optaran por la maternidad esta ya instalado.  La maternidad es una opción individual de las mujeres emancipadas, algo que muchas, pero no todas, suman a sus proyectos de vida más amplios.  Es este el contexto en que el ideal de la superwoman, la mujer autónoma, autovalente y exitosa en los distintos ámbitos de su vida, incluso la maternidad, debe entenderse.  Algo muy similar se ha ido instalando en Chile desde 1990.  Para muchas la maternidad es ahora una opción, aunque como bien sugiere Meruane la presión social es aún muy fuerte.  A modo de reflexión general, Meruane sugiere acertadamente que hoy surge una nueva narrativa culposa sobre la maternidad, esta vez enfocada no solo al deber social e imperativo moral de ser madre si no que al contenido de ese imperativo moral.  Se trata ahora no solo de ser una superwoman pero también el ser super madre se orienta por un nuevo ideal que llama a incorporar los estudios sobre nutrición, salud mental, educación, y un sinfín de recomendaciones a una nueva practica de maternidad responsable.  Aquí me gustaría insistir eso sí que la apreciación de feministas críticas y afrodescendientes en su momento a este tipo de visión generalizada de la maternidad sigue vigente.  Tanto el mito de la maternidad como el de la superwoman se basan en experiencias concretas muy delimitadas y de privilegio, fuertemente cruzadas por la dimensión de clase y de raza/etnia.

Si me parece importante preguntarse, que ha cambiado en las últimas décadas en la regulación social de la maternidad por parte del Estado.  A modo general podría decirse que el giro neoliberal en distintos países, ha significado instalar con fuerza criterios de responsabilidad personal y deber laboral como condiciones básicas para recibir apoyo del estado.  Esta innovación a la asistencia social, que es supuestamente sensible a la igualdad de género, deja aún más desprotegidas a las más pobres.  Esto es algo que se repite no solo en Chile o en América Latina pero a nivel mundial.  Al insistir en no hacer distinciones de género y en tratar a todos y todas por igual se termina invisibilizando la responsabilidad por la maternidad que recae mayoritariamente en las mujeres, y abandonando su reconocimiento mínimo de la maternidad como responsabilidad social.  En nuestro país, por ejemplo, ya no es la mujer madre abandonada por el hombre/padre irresponsable, a quien el estado se compromete a apoyar para que cumpla como madre buena y responsable.  Lo que se instala con fuerza en las últimas décadas es el ideal del “empoderamiento” de la mujer, en el fondo una invitación a que sea autónoma y responsable, con proyecto de vida propio que contempla la maternidad como una de sus metas, pero no única. Se trata de una ayuda que se fundamenta en una nueva configuración cultural del ser mujer como sujeto neoliberal que hace invisible su responsabilidad casi exclusiva por la maternidad.  En su rol subsidiario, el estado “apoya” a la mujer en su condición de madre con un sinfín de programas de bajo monto, pero no reconoce el valor social de los hijos, ni mucho menos invierte en el futuro de ellos con niveles de salud y educación apropiados, como las demandas de la sociedad han hecho ver desde el 18 de octubre.

Entonces, volviendo a tu pregunta y reflexionando a partir de lo que ha sido mi preocupación por los últimos 30 años, pienso que este reinscribir la maternidad responsable, con todo el andamiaje cultural y moral especifico que eso significa en un lugar como el nuestro, tal como ilustra el texto de Lina Meruane, también debe ser entendida desde la mirada del neoliberalismo como proyecto civilizatorio.

Finalmente, en relación al trabajo que has desarrollado en Chile y Latinoamérica. ¿Cómo ha sido tu estadía?

A pesar de que salí de Chile a muy temprana edad, nunca perdí mi apego por el país.  Regresé con un proyecto de tesis doctoral el 1986 y alcance a estar dos años desarrollando un trabajo de investigación en la Pintana, en el sector sur de Santiago, basado en entrevistas en profundidad con mujeres organizadas y planteando preguntas grandes sobre movimientos sociales y la construcción de sujetos y prácticas políticas con mirada de género. Y como me gusta decir, me fui quedando, porque a pesar de que regresé a Canadá y ejercí mi carrera allá, nunca deje de volver, y de ir a La Pintana, donde tengo lazos afectivos muy fuertes. Entonces esa mirada a los procesos de configuración de proyectos neoliberales que yo llamo de abajo para arriba, usando la expresión mexicana, se forjó a partir de esa experiencia de conocimiento situado.  En este sentido, mi estadía durante estos tres meses ha sido muy valiosa.

La oportunidad de estar en la Escuela de Psicología ha sido muy enriquecedora para mí.  Mis intereses son interdisciplinarios y tengo un fuerte compromiso con temas epistemológicos y metodológicos que comparto plenamente con las y los colegas.  En este sentido me ha dado muchísima alegría sentirme acogida intelectual y personalmente, y ser incluida en esta comunidad de colegas con intereses y proyectos interesantísimos que calzan tan bien con los míos.  Durante los tres meses de mi estadía, y a pesar de la inesperada interrupción al año académico, he tenido la oportunidad de establecer lazos importantes con colegas, de compartir y colaborar en temas de mutuo interés que nos permitirán armar redes y pensar en proyectos conjuntos.

Vuelvo el otro año por otros tres meses, con la idea de seguir conociendo y participando en las iniciativas de la Escuela, incluyendo charlas para cursos de pregrado y de posgrado que quedaron comprometidas para esta vez y que fueron quedando para el próximo en la medida que nos ajustamos al escenario incierto post octubre 18.  Con mi colega María Isabel Reyes, quien es la persona responsable de proponer mi visita en el marco de un proyecto MEC-CONICYT, tenemos además un artículo en preparación que me tiene muy entusiasmada. Y también regreso con un gran interés en seguir explorando lo que llamaría la crisis del sujeto neoliberal como resultado de esta rebelión social en curso.  Al mismo tiempo, dedicare un tiempo a concretar una investigación sobre los costos para las mujeres de la “crisis ambiental” en la región. Sería una indagación a partir de entrevistas en profundidad de lo que significa en lo cotidiano vivir esta crisis, dimensionando específicamente la responsabilidad que recae sobre las mujeres por el bienestar de sus familias y sus comunidades.  Es un trabajo que vengo desarrollando teóricamente en relación al tema de la justicia socio-ambiental, que es algo que como feministas hemos externalizado.