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Resistencias desde el Sur: Algunas reflexiones sobre los jóvenes y el octubre chileno

Artículo originalmente publicado en Field

Escrito por los académicos Guillermo Rivera y Luis Jiménez

El 18 de octubre del año 2019 se vivió en Chile un estallido social sin precedentes. Las calles de Santiago fueron invadidas por protestas sociales que demandaron una vida más justa y llamaron a poner fin al neoliberalismo como forma de gobierno. Los jóvenes secundarios gatillaron este proceso de movilización social con la mundialmente conocida ‘evasión’ del metro en Santiago, iniciativa a la cual se sumaron rápidamente universitarios y otros grupos sociales, manifestando la necesidad de transformar el orden social y el sistema económico imperante.

Las movilizaciones ocurridas en distintas partes del planeta durante el 2019 en ciudades como Hong Kong, París, Quito, Barcelona, Santiago de Chile, han sido articuladas mayoritariamente por jóvenes. Estos representan una generación desencantada y cansada de un sistema económico desigual que no les hace sentido y que urge cambiar. La juventud ha tenido un rol activo en estos procesos transformadores, principalmente a través de la protesta social, de la articulación de la ciudadanía y de los espacios comunitarios.[1]

En el caso chileno, el estallido social demanda mejoras en ámbitos tales como la educación, el trabajo, la salud, las pensiones, así como un cambio constitucional. En este escenario, una serie de organizaciones y grupos sociales se expresan, dando luces que la ciudadanía puede generar transformaciones ante las inequidades existentes. La respuesta por parte del Estado ha sido la criminalización de la protesta social, instalando a las policías como un dispositivo indispensable para relacionarse con la gente y sus requerimiento.[2] No obstante, pese a la brutal represión vista a través de distintas imágenes que recorren el mundo, no se ha logrado contener las demandas ciudadanas.

A partir de lo ocurrido en Chile en los últimos meses, nos interesa discutir cómo la expresión juvenil puede ser entendida como una experiencia de resistencia desde el Sur. Si bien el denominado ‘estallido social’ involucra una serie de actores y puede abordarse desde distintas disciplinas y modelos analíticos, el presente ensayo pretende desarrollar conceptualizaciones y herramientas al servicio de una reflexión que pueda hacernos re-pensar y dislocar un orden político, económico y social que ha impuesto la ideología neoliberal.

Para esto, el presente texto se estructura de la siguiente manera: primero plantearemos antecedentes, observando las posibles relaciones entre las formas de gobierno, la instalación del neoliberalismo y el descontento social. Posteriormente, abordamos los conceptos de resistencia y pensamiento decolonial, para comprender las prácticas desde el Sur. Finalmente, a través del estallido social, observamos cómo los jóvenes construyen comunidades articulando formas de resistencia, proponiendo luces de cómo el caso chileno puede servir de ejemplo para otros movimientos y colectivos que buscan transformaciones sociales.

Algunos antecedentes a considerar

Desde los años 70s América Latina y el Caribe vivieron dictaduras de seguridad nacional que instalaron la tortura, las desapariciones y la acción de policías secretas como políticas de Estado. La represión no sólo tuvo motivaciones políticas, sino también económica, sociales y comunitarias. Como describe Naomi Klein, las dictaduras buscaron la perpetuación del capitalismo, desarticulando todo tejido social que construyera formas contrarias al neoliberalismo y el mercado. En Chile el término de la dictadura militar trajo consigo el establecimiento de democracias liberales como modelos políticos, las cuales si bien reinstalaron el estado de derecho y tuvieron políticas sociales orientadas a reducir la pobreza, los niveles de desigualdad económica han aumentado en los últimos 30 años producto del posicionamiento de los mercados privados.[3]

En estos nuevos escenarios políticos, que se alejaban del fantasma del autoritarismo y las oscuras dictaduras de las décadas anteriores, los gobiernos democráticos tanto de centro izquierda como de centro derecha comenzaron a ser interpelados por la ciudadanía, principalmente por la privatización de la vida y el abuso de las clases empresariales. No obstante, el poder político ha hecho oídos sordos a estas demandas, instalando el discurso de la productividad y la eficiencia como ruta de navegación para plantear un modelo centrado en el crecimiento económico. Por ello no ha sabido leer las demandas sociales. A modo de ejemplo, semanas antes del estallido social el Presidente de Chile señaló que “en medio de esta América Latina convulsionada, Chile es un verdadero oasis con una democracia estable.”[4]

Algunas precisiones sobre el Neoliberalismo

Para Michel Foucault el surgimiento de las resistencias es al unísono que el poder, por ello plantea que “desde el momento mismo en que se da una relación de poder, existe una posibilidad de resistencia”.[5] En esta línea, para el pensador francés, el neoliberalismo en ‘El Nacimiento de la Biopolítica’ se define como una ‘tecnología de gobierno’ y sus orígenes obedecen a una racionalidad proveniente del liberalismo.[6] Si bien autores como Terry Flew han señalado que es mucho lo que se ha escrito sobre neoliberalismo en los últimos años, advierten que las definiciones de este concepto varían enormemente.[7] En este escrito entendemos el neoliberalismo como “una ideología y una práctica política. Sosteniendo que el bienestar y los bienes sociales serían maximizados si el mercado se extiende desde la noción de propiedad a cada esfera de la interacción humana”.[8]

Esta ideología y práctica política neoliberal se materializa en una serie de discursos que prescriben las formas de entender los modos de producción en nuestras sociales actuales. Como señalan Martin Parker, George Cheney, Valérie Fournier y Chris Land Parker, esta ideología repercute también en las subjetividades, ya que construye un tipo de ser humano y su forma de comprender el mundo: un sujeto libre, un homo economicus, un sujeto de consumo.[9]

Para el caso chileno, la democracia al alero del neoliberalismo ha construido imaginarios e ideologías de defensa a la libertad, a los derechos humanos y la paz social, más allá de los sistemáticos abusos y desigualdades que promueve.[10] En esta línea, desde una perspectiva amplia en relación a las formas de poder y resistencias desde el Sur consideramos que una analítica para la comprensión del estallido social chileno como práctica que confronta al neoliberalismo pueden desarrollarse desde lo que autores latinoamericanos como Enrique Dussel, Aníbal Quijano, Walter Mignolo y Maritza Montero han definido como la decolonialidad del poder y el pensamiento decolonial. Las herramientas analíticas de esta perspectiva permiten un entendimiento de las transformaciones sociales actuales, ya que al no plantearse desde una lógica vertical y binaria permite entender discursos, prácticas, geopolíticas y formas de acción, así como ramificaciones de los fenómenos sociales.

Subalternidad y formas de resistencias desde el Sur

Las nuevas generaciones han cuestionado la ideología del neoliberalismo como única forma de vida. Principalmente porque observan cómo este modelo les produce desempleo, precarización de sus vidas, represión de sus expectativas, y la exclusión de sus ideas de sociedad. Desde el pensamiento latinoamericano y en concordancia con lo planteado por autores decoloniales, la construcción del ‘subalterno’ enfoca la mirada en los grupos sometidos, a los cuales se les tiende a interpretar como grupos sin poder. Esta definición que subestima dichos grupos se aleja de la realidad, porque de acuerdo a Maritza Montero pese a los contextos de opresión poseen “una sorprendente variedad de recursos que les permiten mantener vivas sus creencias, sus costumbres y su identidad, desarrollándolas y conservándolas incluso en medio de condiciones adversas”.[11]

En la relación de poder entre dominantes y dominados, Aníbal Quijano plantea que los dominados en sus espacios de exclusión y opresión construyen comunidad, fortaleciendo lazos de solidaridad y utopías de cambios, gestando desde la rabia su rebeldía, insubordinación y prácticas para la disputa del poder. Esto porque las comunidades subalternas construyen acciones y prácticas que confrontan al poder dominante.[12]

Bajo estas premisas, observamos cómo los jóvenes chilenos han promovido en los últimos 20 años diferentes resistencias al orden establecido y al neoliberalismo. Así, han instalado la denuncia de las diversidades sexuales a través del movimiento LGTBI+, los abusos del patriarcado a través de las luchas feministas, han planteado un fuerte compromiso con las luchas ambientales, se han enfrentado al estado de derecho a través de movimientos basados en liderazgos autonómicos, así como una serie de confrontaciones al modelo de mercado en las universidades y sus lógicas de endeudamiento.[13] De esta forma, las prácticas de los jóvenes no se posicionan en espacios institucionales, sino que son los espacios públicos el lugar en que gestan y disputan sus ideas frente al poder hegemónico, principalmente en las calles.

El estallido social chileno y sus contribuciones a las resistencias globales

Los jóvenes que hoy en día se manifiestan a través de la protesta social, corresponden a una generación nacida en democracia, que no heredaron la sumisión ante el descontento, ni tampoco adquieren las prácticas de resistencias de las viejas doctrinas políticas. Cuestionan las democracias liberales como forma de participación y representación social. No creen en los sueños revolucionarios de los años 60s, ni en el Che Guevara como ejemplo para la transformación. Sus prácticas de resistencias se enmarcan en la transformación de sus propias comunidades y en sus propias necesidades. Esto cobra importancia para comprender el estallido social vivido en Chile a partir del 18 de Octubre, porque éste no fue un estallido del mundo adulto, sino de los jóvenes que a partir del alza del transporte público significaron este hecho como el punto de inflexión sobre los sistemáticos abusos del sistema político hacia la ciudadanía. Y la protesta de las nuevas generaciones no se centró en el hecho puntual del alza del pasaje del transporte público, sino lo que Boaventura de Sousa define como la acción de no-conformismo, que busca transformar aquello que incomoda para romper con la realidad que no es justa.[14]

El 18 de Octubre desde la colectividad se levantó una comunidad de oprimidos, amparados en una ética de transformación y con el objetivo de romper con el orden establecido. Por ello que en la protesta social que actualmente existe en Chile no hay una demanda explícita ni una propuesta de modelo político, ni la figura de caudillos, que sea comprensible desde las doctrinas que promueve la vieja política de izquierda. No hay liderazgos reconocibles ni una estructura política clásica con quien dialogar. En definitiva, la demanda más ambiciosa que plantean los jóvenes es el fin del modelo económico neoliberal. No obstante, la demanda es más compleja y profunda, porque el fin del neoliberalismo implica que la colectividad de los jóvenes oprimidos instala la necesidad de re-pensar la vida social, de comprender que los derechos humanos no se limitan a las definiciones que las democracias liberales hacen de estos, y que el buen vivir no se circunscribe a la capacidad de consumo. Se sustenta en construir una política basada en el cooperativismo, en una forma de gobierno colectivo, que se geste, se manifieste y se ejerza en los espacios públicos a través de la colectividad, que respete las diferencias, promueva la diversidad y el buen vivir.

Por esto consideramos que el estallido social chileno otorga luces importantes a considerar en la forma de observar la política actual, al menos por las siguientes razones.

  • La primera, es que los gobiernos de centro derecha como el del actual Presidente Piñera no tienen experiencias para abordar conflictos sociales ni para generar diálogos con la ciudadanía. Sus formas de respuestas se basan en la represión para instaurar el orden y aplacar los movimientos sociales, lo que contrario a lo esperado, produce un fortalecimiento de estos y de las distintas formas de articulación y protesta social.
  • La segunda, es que la exclusión y la desigualdad han construido comunidades de oprimidos que no poseen espacios para el diálogo en la institucionalidad, por lo cual, los jóvenes se han apoderado de los espacios públicos como escenarios para establecer sus demandas, utilizando herramientas elaboradas desde la exclusión, con códigos y formas de protestas aprendidas en las calles y en la marginalidad.
  • La tercera, es que los jóvenes abogan por un mundo completamente distinto al que comprende la institucionalidad y la vieja política. No creen en espacios como el Parlamento ni en el Gobierno. Apelan a formas de vida comunitarias, colectivas y alternativas, lo que descoloca al poder dominante en la posibilidad de generar consensos y negociaciones, porque en estos momentos la forma de comprender el mundo de los jóvenes no es negociable.
  • La cuarta, es que el descontento de los jóvenes chilenos nos muestra importantes formas de resistencias que generan efectos internacionales. Por ejemplo, tras el estallido social del 18 de Octubre, fue convocado un histórico ‘cacerolazo’ en Bogotá bajo la consiga de ‘Colombia Unida Jamás Será Vencida’, demandando mejores condiciones de vida. A su vez, en EEUU se convocó a una masiva evasión del metro en Nueva York por parte de los jóvenes, en respuesta al excesivo uso de la fuerza policial. Otro ejemplo es la intervención de las jóvenes feministas ‘Las tesis’, que con su performance ‘un violador en tu camino’ lograron movilizar a miles de mujeres alrededor del mundo.

Finalmente creemos que esta nueva década que comienza traerá consigo muchas expresiones de resistencias a través de movimientos sociales y colectivos articulados que buscarán transformaciones planetarias a un modelo que va mutando a un ritmo cambiante. Sabemos que el neoliberalismo se adapta a nuevos escenarios, y creemos que su erradicación no se logra solamente por un estallido social, pero sí estamos convencidos de que lo ocurrido en estos últimos meses en Chile puede verse como ‘el leve aleteo de una mariposa’ que tal como dice el proverbio chino ‘se puede sentir al otro lado del mundo’.

Notas

[1] Guillermo Rivera-Aguilera, Manuela García Quiroga, Oscar López Cortés, Lorena Pérez-Roa y Ludmila Costhek Abilio, “Editorial Sección Temática: Juventud, trabajo y desigualdades,” Psicoperspectivas, vol. 18, no.3 (2019), pp.1-8.

[2] Luis Jiménez, “Memoria oficial y construcción de la paz en la postdictadura: gobernar la sociedad chilena desde las reglas de la oligarquía,” De los estados larvales a las mariposas. Escenario de la razón neoliberal en América Latina, editado por Cesar Palencia (Bogotá, Colombia: Institución Universitaria Politécnico Gran Colombiano, 2018). Guillermo Rivera-Aguilera, Javiera Pavéz y Karol Morales, “La criminalización de los movimientos social: un análisis discursivo sobre la retórica que construye la ley antiencapuchados en Chile,” Revistas de Estudios Cotidianos, vol. 4, no. 1 (2016), pp.92-116.

[3] James Petras, “The Metamorphosis of Latin America’s Intellectuals,” Latin American Perspectives, vol. 17, no. 2 (1990), pp.102–112.

[4] Piñera asegura que “en medio de esta América Latina convulsionada, Chile es un verdadero oasis con una democracia estable.” La Tercera (October 8, 2019).

[5] Michel Foucault, Nacimiento de la Biopolítica (Argentina: Fondo de Cultura Económica, 2012), p.126.

[6] Michel Foucault, Nacimiento de la Biopolítica, Peter Miller y Nickolas Rose, Governing the Present (Londres: Polity Press, 2009). G. Rivera-Aguilera, “Gubernamentalidad y Políticas de Empleo: La construcción discursiva del joven trabajador en Chile,” Última Década, vol. 24, no. 45, (2016) pp.34-54.

[7] Terry Flew, “Six Theories of Neoliberalism,” Thesis Eleven, vol. 122, no.1  (2014), pp. 49-71.

[8] Jo Grady y David Harvie, Neoliberalism, en Mark Tadajewsky, Pauline Maclaran, Elizabeth Parson, Martin Parker (Eds), Key concepts in critical management studies (Londres: Sage, 2011), p.173.

[9] Martin Parker, George Cheney, Valérie Fournier y Chris Land, The Routledge Companion to Alternative Organization (Londres: Routledge, 2014).

[10] Luis Jiménez, “Ideologías de la transición chilena subyacentes en los discursos presidenciales de post-dictadura,” Linguagemem (Dis)curso, vol. 19, no.1. (2019), pp.49-66.

[11] Maritza Montero, Teoría y Práctica de la Psicología Comunitaria: la tensión entre comunidad y sociedad (Buenos Aires, Argentina: Paidós, 2006), p.127.

[12] Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder y clasificación social”, en Epistemologías del Sur (perspectivas), editado por Boaventura De Sousa y María Paula Meneses (Madrid: Ediciones Akal, 2014).

[13] Catherine Galaz, Mauricio Sepúlveda, Ronaldo Poblete, Leyla Troncoso y Rodolfo Morrison, “Derechos LGTBI en Chile: tensiones en la construcción de otredades sexualizadas,” Psicoperspectivas, vol. 17, no. 1. (2018), pp.6-16. Faride Zerán, Mayo feminista. La rebellion contra el patriarcado (Santiago: LOM, 2018). Nicolás Contreras, Pablo Navarro, Camila Pastén, Janinne Sáez y Guillermo Rivera-Aguilera, “Liderazgo autonómico en el Movimiento Valparaíso Ciudadano,” Revista de estudios políticos y estratégicos (EPE), vol. 6, no. 2. (2018). Lorena Pérez-Roa y Matías Gómez Contreras, “Deuda, temporalidad y moralidad: Proceso de subjetivación de parejas jóvenes profesionales,” Psicoperspectivas, vol.18, no.3, (2019), pp.1-12.

[14] Boaventura de Sousa, “Epistemologías del Sur,” Revista Internacional de Filosofía Iberoamericana y Teoría Social, vol. 16, no. 54 (2011), pp.17-39.